Santuario
Desde la profunda oscuridad del monte, sus ojos observaron atentamente, intentando desentrañar qué formas oscuras lo rodeaban. Silencioso como una serpiente trepó por el tronco de un ceibo en flor, total ya había aprendido a subir por esa corteza sin dañarse ni él ni al árbol, y se acomodó en una rama gruesa, quedando recostado plácidamente. Fijó la vista en el suelo oscuro y logró distinguir al fin a tres humanos que parecían estar buscando algo, o más probablemente, a alguien... A él, estaba seguro de que lo buscaban. Nuevamente Iban a intentar llevarlo de regreso…
Pero él no tenía interés alguno en volver. No quería sentirse atrapado otra vez.
Ya se había acostumbrado a vivir sin ellos, sin sus rostros, sus palabras, sus complicaciones y promesas vanas. Había aprendido cosas nuevas, o tal vez simplemente había recordado lo que siempre supo, pero la vida cómoda y doméstica le hizo olvidar, porque era un saber innecesario.
Realmente nunca necesitó aprender nada, pues toda su vida estuvo rígidamente planeada por los demás, los que siempre le habían dicho qua “había nacido para ser esto y aquello” y que veían “un futuro brillante, lleno de logros y anhelos conseguidos”. Y él lo había creído. Realmente lo creyó por muchos años, tanto que terminó haciendo aquello “para lo que había nacido” y logrando “todas sus ambiciones”.
Pero un día todo cambió…
Una tarde melancólica tarde caminaba por la calle y se topó con una hoja de papel arrugada, la abrió y leyó:
“Yo era lo que siempre soñaron todos para mí…
Yo era un sueño…
Hasta que un día decidí despertar.
Y cuando desperté… fui libre.”
Seguir Leyendo...
Él nunca se había sentido tan identificado con una lectura como cuando acabó de leer esa pequeña frase. Hasta le pareció que él la había escrito, mejor dicho, no él sino su subconsciente, o quizás su verdadero yo.
Regresó a su casa y se sentó a pensar un largo rato. Luego se levantó con un fuerte impulso nacido de la decisión y realizó algunas llamadas. Pocas horas después su casa estaba en alquiler, sus cosas ordenadas en cajas a nombre de sus familiares, cada una con una breve carta de explicación, luego todo lo que quedaba era un bolso de ropa y una pequeña mochila con todo el dinero que tenía, un cuaderno grueso sin usar, muchos bolígrafos y lápices, una cámara de fotos y, lo más importante, la pequeña y reveladora notita que le abrió la mente, los ojos y el corazón.
Así, como si fuera un Henry David Thoreau moderno, decidió dejar la ciudad para vivir en el campo, más precisamente en una de las tantas islas que rodeaban el río Paraná. No buscó mucho, simplemente fue a una de ellas, impulsado por una fuerza irrefrenable, sabiendo, sin saber cómo, que esa era la isla correcta. Aunque no construyó la casita donde se quedó con sus propias manos, nada más verla la reconoció, como salida de un sueño vago de libertad, un sueño de hace mucho tiempo atrás. Con algunas refacciones que nunca había aprendido a realizar antes de ese momento, logró dejarla en condiciones. Lo que más le gustaba era ese enorme palo borracho que daba una frescura impagable en el impiadoso verano santafesino. Le encantaba sentarse a su pie para leer o escribir, actividades que le daban sentido a su vida, aunque antes no lo sabía. En la entrada de la casita colocó un cartel tallado a mano en madera y en él, pintado entre fileteados coloridos, estaba el nombre de su nuevo hogar: Santuario.
Jamás se había sentido tan libre, tan auténtico, tan… pacífico. Se sentía como un hombre que ha sobrevivido a una enfermedad mortal, y al volver en sí descubre el mundo con una nueva visión: la de un espacio que debe ser redescubierto, revivido, revalorado. No recordaba haberse sentido así antes. Simplemente era… feliz.
Pero una de las cosas de la vida, es que los mejores momentos de ella parecen preceder a grandes tormentas que desarman la frágil barca de la felicidad, a la cual tanto se aferra quien conduce la embarcación.
Todo fue una cadena que lo aferró hasta inmovilizarlo: Si la rama que lo sostenía no se hubiera quebrado, él no habría caído en ese montón de ramitas y hecho ruido y no habrían escuchado y alumbrado con las linternas, para luego atraparlo entre varios. Si nada de eso hubiera ocurrido él seguiría en su casita, en su Santuario.
Pero algunas cadenas son tan precisas y violentas que ni un arrollador deseo de libertad puede destrozarlas.
Aunque sus captores eran dos amigos y un familiar, él se revolvió como si fueran demonios exterminadores que lo arrancaban del paraíso mismo. Ensayó mil formas de escapar, pero ninguna logró salvarlo. Su único consuelo fue que en el forcejeo no perdió la mochila con el cuaderno que ahora era una especie de diario de reflexiones. Finalmente se rindió, agotado, desgarrado de incomprensión, ni entendía ni era entendido. Simplemente se quedó inmóvil, catatónico, totalmente involuntario, moviéndose sólo por inercia. Y así se lo llevaron, caminando primero, luego en lancha, pero siempre obligados a moverlo, ya que él apenas si respiraba, apenas obligaba a su corazón a seguir latiendo en un desesperado intento de seguir vivo…
Y siguió vivo, al menos físicamente, porque luego de ser “rescatado” y devuelto a la vida “de grandes logros y sueños realizados”, volvió a su antigua casa, a su trabajo, a sus rutinas. Todas sus cosas le fueron devueltas. Todo fue como antes…
Sin embargo nadie puedo devolverle a su mirada ese brillo extraño que tenía en la isla.
La vida de sus ojos se desvaneció al regresar a la civilización.
Su expresión más pura y real viviría para siempre en su único y amado Santuario.
FIN
Comentarios
Aunque tambien es bueno ver como nos ven. Siempre y cuando seamos como somos. Un saludo para vos.
Muchos saludos!
Saludos :)
Saludos :)
ME ENCANTO!! este relato...
despertar, ese es el sentido en cuestión, no ser quienes otros pretenden que seas :)
Buenisimo n.n
Besos