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Mostrando entradas de agosto, 2010

Paciencia

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Foto:  http://www.patagonia.com.ar El alba pura, limpia, se transforma lentamente en una acuarela cambiante de oro, rosa y fuego. Era un amanecer lento, casi parsimonioso. El tiempo parecía ralentizarse. Andrés esperaba, como todos los días, con la cámara fotográfica lista para retratar la imagen que mejor expresara la belleza  del amanecer patagónico. Cada madrugada, el despertador sonaba antes de que el sol saliera. Andrés tardaba apenas dos minutos en acomodarse en el techo de su casa, ubicada junto a un ruta, cerca de la ciudad, y enfocar su cámara fotográfica hacia el horizonte, hacia el sol naciente. Esperaba, ignorando el frío de esas horas que preceden al alba. El cielo cambiaba de azul profundo a un violeta calmo, con algunas estrellas plateadas y perezosas. Era un momento de paz absoluta, incluso la respiración se tornaba lenta, como si Andrés quisiera aspirar toda esa serenidad y guardarla en sus pulmones y su memoria.  Tenía los ojos cerrados y el alma despreocupada. Pe

Empatía

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“Sufrir no, mirar la vida de otra forma. Sentir tu dolor me ayudará a curarlo.” Eso fue lo que pensé aquel día. Y decidí adoptar esa filosofía de vida. Verán, yo siempre fui diferente a los demás, pero llegó el día en que mis particularidades me pusieron en un gran lío. Hasta ese momento sólo mi vestuario era diferente del resto ya que me gustaba tener siempre un toque de violeta, mi color favorito. De esa forma un pañuelito o un esmalte de uñas de ese color eran suficientes para lograr el efecto. Era casi imposible que las personas permanecieran indiferentes, de hecho a veces notaba expresiones de interés y me preguntaba qué sentían al conocerme, porque algunas se detenían a charlar conmigo, aunque más no sea para preguntarme la hora. Confesaré ahora que durante mucho tiempo sentí curiosidad por los sentimientos de la gente, especialmente por aquellos que parecían preocupados, o peor, abrumados por algún problema. Veía a esas personas tan aplastadas por sus propias emociones que yo

Plumas y letras

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Dos hojas de papel que caen lentamente se transforman en las huellas involuntarias del paso de un joven escritor, uno que tiene un extraño modo de dar a conocer sus creaciones, modo tan misterioso que ni él mismo sabe que existe ni cómo funciona. Pues, aunque escribe mucho, sólo algunos relatos deciden abandonarlo y salir al mundo. Únicamente aquellos escritos cuya creación le había dado grandes dolores de cabeza pero que al mismo tiempo le hacían sentirse pagado de sí mismo, se copiaban automáticamente en una hoja en blanco y se deslizaban hacia el suelo, como huellas de tinta y papel. Y eso no era el fin del proceso. Cuando caían eran recogidos por dos cotorritas de color verde que siempre seguían al joven escritor. Ellas se ocupaban de repartir las copias por toda la ciudad por donde pasara el muchacho, contando con la ayuda invisible pero inestimable del viento, que las empujaba suavemente, al mismo tiempo que memorizaba las mejores frases y las murmuraba a los paseantes que se

Quiebres

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Cálidos, reconfortantes. Así sentían todos los últimos rayos de sol esa tarde. Todos excepto la detective Luna Guerrero, quien sólo sentía el frío de la misión que tenía por delante. En el bolsillo de su abrigo estaba la evidencia que probaba que el sospechoso era realmente el culpable. El arma utilizada, aún con las huellas del asesino y la sangre de la víctima, todo estaba listo para condenar al asesino a una larga estadía en prisión. Pero el alma de Luna era carcomida por la duda. Debía cumplir su deber de detective pero al mismo tiempo sabía que el asesino había perdido el control de su carácter por un segundo y había matado a la otra persona, luego de una discusión tonta. Además el asesino era su amigo y principal proveedor de trabajo, el comisario Ángel Ademius. Todo por un partido de futbol y un momento de estupidez. Tonto, pensó Luna, realmente fue muy tonto de parte de Ángel aceptar ir a ver el partido de fútbol, sabiendo que podía encontrarse con Ricardo, un policía de otro