Los cuadernos de Julio



Esos cuadernos viejos eran mucho más que sólo hojas de apuntes pobladas de contenidos académicos. Si hubieran sido únicamente eso, su existencia habría sido tolerada. Pero no era así, pues en esas páginas no había meras anotaciones de historia y matemáticas. En ellas, en sus márgenes alguna vez inmaculados, entre citas célebres y fechas de exámenes, allí estaba escrito el nombre de él, de Julio. Algunas veces su nombre aparecía encerrado en una nube soñadora y celeste, otras veces lo rodeaban vibrantes rayos de sol, o lo ahogaban corazoncitos apasionados. Todas las decoraciones románticas y dulces que pudieran imaginarse estaban dispersas en esos cuadernos, en sus hojas, siempre en forma de cercos que mantenían a Julio encerrado en una invencible adoración.
Julio… Seis meses viví en Julio.
Seis meses de miradas cómplices, de besos robados, de citas espontáneas y amor celestial, irreal e idealizado. Durante medio año viví un ideal. Pero la vida no siempre es un sueño.



Lo admito: tal vez debí notar los fragmentos que me indicaban la lenta pero inexorable desintegración de mi fantasía de amor.
¿Cómo no identifiqué sus miradas esquivas, sus besos ausentes, sus charlas frívolas, su falta de fuerza al tomar mis manos entre las suyas? ¡Qué ciega estuve!
Sólo cuando Julio me dijo, al salir de una clase de la facultad, que tenía algo importante de qué hablar, sólo así me dí cuenta de que algo terrible se avecinaba. No me equivoqué, fue terrible. Él comenzó a decirme que necesitaba pensar, estar separado de mí, que se sentía diferente… hasta que finalmente remató mis esperanzas con una última frase: -“Sí, mejor dejamos de vernos, no vale la pena que sigamos juntos, ya no sentimos nada… realmente yo ya no te quiero como antes, no me parece justo que finjamos algo que ninguno realmente siente de verdad . Así que… esto es una despedida. Tal vez podamos seguir siendo amigos, pero aún no. Creo que lo mejor es distanciarnos durante un largo tiempo… Bien, eso es todo. Adiós.”
Aún ahora no sé cómo no intenté detenerlo, decirle algo, al menos que yo sí sentía cariño, amor sincero, por él. Es prácticamente imposible describir el huracán de emociones encontradas y dolorosas que experimenté durante los días, las semanas y los meses que siguieron. No podía superarlo.
Hasta ese día.
Ocurrió mientras intentaba repasar los apuntes para un importante examen. No lograba retener nada de lo que leía. ¡Qué frustrante! Entonces lo entendí…
En cada hoja de esos cuadernos estaba escrito el nombre de Julio, siempre rodeado de corazoncitos y otras decoraciones románticas. No era raro que no lograra concentrarme. El dolor me invadió, pero se transformó súbitamente en una decisión incandescente e irreversible.
Fui a una librería, compré una resma de hojas y regresé a casa. Inmediatamente comencé a pasar los apuntes de los viejos cuadernos a las nuevas y limpias hojas blancas. Casi sin darme cuenta, este ejercicio de transcripción me ayudó a estudiar y aprobar el examen.
Ese mismo día, al regresar de la facultad, tomé los cuadernos, los que mantenían vivo a Julio, los revisé para sacar cualquier papel que fuera importante y los llevé al living.
Entonces, sin una sola mirada, los arrojé a la chimenea.
FIN

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Comentarios

Akua ha dicho que…
Los amores platónicos absorben tiempo y energia.

Besitos.
LAO ha dicho que…
Hermosa tu historia de cuadernos con garabatitos de amor....que aún tirados al fuego algo dejarán en la memoria. El corazón no olvida, aunque hubiese sido un sueño. No deja de haber sido amor. Un saludo especial, me encanta la forma en que escribís y tus fotografías.
LAO ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Vaeneria ha dicho que…
Akua: Completamente de acuerdo con vos. Ah, esos amores platónicos...

Lao: Me encantó tu idea de que el corazón no olvida. Es verdad, la persona se olvida, el sentimiento no, especialmente su fue intenso y sincero.

Besos :)

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