Fiebre



Marcos estaba semidormido, la cabeza apoyada en un brazo y a su lado un vaso que había sido llenado más veces de las que podía contarse. Estiró la mano izquierda temblorosamente y sus dedos rozaron el vaso, haciéndolo caer junto con su contenido. Un golpe furioso y la botella se estrelló contra el suelo, e inmediatamente el cuerpo tembloroso de Marcos la siguió. Apenas sintió cuando su rostro golpeó contra el frío de las baldosas monocromáticas. Tampoco se dio cuenta de que lo levantaban y lo arrojaban a la vereda. El fresco de la mañana lo despejó lo necesario para que se incorporara inseguro y comenzara a caminar, tratando de avanzar y al mismo tiempo sin voluntad de hacerlo.
Tres cuadras le faltaban a Marcos para llegar a su casa cuando su cuerpo colapsó y se desplomó.
Su mente se extravió y las imágenes de ese día desfilaron sucesivamente: Se arreglaba frente al espejo, caminaba hacia el restaurante, ofrecía su mejor perfil al entrevistador de la empresa que lo había citado, caminaba satisfecho hacia la universidad, al llegar veía… la traición y la mentira de Julia, salía ausente del edificio y deambulaba sin rumbo hasta anclar en un bar perdido decidido a ahogar el dolor en alcohol.
Una bruma densa y pacífica ocupó su mente. Ya no distinguía realidad y pesadillas, todo estaba envuelto en humos grises que se arremolinaban.
Todo era igual.
Por eso no quiso prestar atención a nada más y dejó que todo continuara sin él.
Y aunque no quería saber lo que ocurría a su alrededor no pudo evitar oír una voz que le decía que despertara. No hizo caso. Alguien revolvía su campera y sacaba su billetera. Creyó oír que murmuraban la dirección de su casa. Primero su billetera y luego su casa, pero ya no le importaba que le robaran eso o cualquier otra cosa.
La bruma continuaba.

¿Flotaba o lo llevaban? No lo sabía.

Un lejano sonido metálico, una luz que lo encandiló y apenas si movió la mano para atajarla. ¿Nuevamente lo llevaban? Un impacto frío y el agua corriendo por su rostro. La bruma se esfumaba ligeramente. La confusión en su mente se transformaba en sopor. La cabeza le pesaba, hasta que alguien la apoyaba suavemente en una almohada. Su cuerpo fue acomodado en la cama y cubierto con una frazada. El sopor lo cubrió y extravió.
La niebla, ahora pacífica, se alternaba con puntadas de fuego que le hacía murmurar en voz alta el nombre de Julia y preguntar incesantemente “¿porqué?”. Pero al instante una frescura intensa le cubría la frente al tiempo que una voz le pedía que se calmara. Esta escena se repitió varias veces hasta que esa sensación de frescura lo dominó, disipando la bruma febril y llevándolo a un sueño profundo y aliviado.
Por momentos hasta ese sueño disminuía y Marcos abría los ojos, pero la neblina esfumaba el entorno y le hacían dudar de lo reales que eran esos ojos que lo observaban con una mezcla de desvelo y calidez. Pero el sopor lo vencía nuevamente y lo transportaba de nuevo hacia aquel mundo pacífico.
Una luz le acarició el rostro. Abrió los ojos lentamente, sin entusiasmo, giró hacia la mesita de noche, apagó la lámpara y salió de la cama. Un escalofrío lo atacó y obligó a colocarse una bata de tela polar. Le llamó la atención que no había nadie en la habitación. Marcos estaba confuso. Aún no delimitaba qué había sido real y qué había sido una pesadilla devenida en sueño. Los hechos, por llamarlos de alguna forma, eran extraños y no dejaba de preguntarse si realmente sucedieron.
Pero cuando llegó a la cocina-comedor tuvo que darse una palmada para asegurarse que estaba despierto. Allí, sentado a la mesa, frente a un completísimo desayuno y ojeando el diario del día anterior, estaba el hombre que lo entrevistara para el trabajo hacía sólo unas horas. Marcos abrió la boca varias veces pero no logró articular palabra. Su huésped sonrió, se levantó de la silla y se dirigió hacia él. Luego sintió la calidez de una mano amiga apoyarse en su hombro y oyó la voz del hombre, suave y amable:
-Señor López, me alegra mucho ver que se encuentra mejor. Venga, siéntese y desayune que tiene que reponer fuerzas. Le aviso que mañana lo espero a las ocho y media para que empiece a trabajar en la empresa. Siéntese, así, muy bien. Ahora me marcho porque tengo otros candidatos que entrevistar. Cuídese mucho. Adiós.
Marcos apenas alcanzó a tocar la manga del abrigo del hombre y preguntó: -¿Porqué…?
El entrevistador lo miró y Marcos sintió nuevamente la calidez que descubría al despertar, en esos momentos de lucidez entre un golpe de fiebre y otro.
-Verá, dijo el hombre, en nuestra empresa buscamos personas que se comprometan y sean apasionados en su trabajo, por pequeño que sea. Pues bien, cuando encuentro a uno de mis candidatos tirado en la vereda al borde de un coma alcohólico y descubro que es causado por un corazón roto, entonces me doy cuenta que estoy frente al tipo de persona que se apasiona y compromete al punto de poner en juego su vida, con más razón si recuerdo su entusiasmo sincero y fuerte en la entrevista de trabajo que le hice. Sumando todo eso, si no lo contrato debería dedicarme a otra cosa o ser muy estúpido, o ambos. Bien, ahora sí me marcho, tengo muchos aspirante que conocer, por fortuna. Hasta mañana. Descanse.
Mientras desayunaba, Marcos acomodó sus ideas aliviado de que la fiebre desapareciera por fin. Cuando se levantó de la silla había tomado varias decisiones, algunas que ya estaban empolvadas de tanto esperar su momento. De Julia apenas si se acordó mientras tiraba sus fotos y cartas a la basura.
Al día siguiente, al llegar a su nuevo trabajo, posó una mano sobre su corazón, estaba un poco nervioso. Luego sintió a través de la tela de su bolsillo el contacto de su mano con una pequeña pluma blanca y suave que encontrara el día anterior junto al desayuno servido. Marcos comprendió que su vida recomenzaba en ese instante y entró en el edificio.
FIN

Bookmark and Share

Comentarios

LAO ha dicho que…
Tras tu relato se siente como si Marcos hubiese nacido de nuevo e invadido de actitud positiva. Muchos saludos Vaeneria, no dejes de escribir.

Entradas populares de este blog

Cuerpo blanco, sangre azul.

Miedo

Profesionales de la incultura