La búsqueda



Tuvo la noche una sed antigua. Porque en esa ciudad, una de las tantas metrópolis llena de ciudadanos comunes que van de lado a otro apurados sin verse siquiera la cara, allí había un habitante diferente a todos. Se llamaba Demian, le gustaba caminar durante el día pero era en la noche donde se sentía libra, fundiéndose con la oscuridad. Aunque tenía el cabello de color blanco, y aunque su apariencia no superaba los treinta y cinco de edad pero en realidad tenía doscientos años... porque Demian era un vampiro.
Cómo correspondía, sus sentidos físicos, fuerza y velocidades superiores a los humanos, pero no era eso lo que lo separaba de otros vampiros. Tenía dos rasgos que lo ayudaban en su búsqueda.
El primero era su decisión totalmente personal e irreversible de alimentarse exclusivamente de sangre que provenga de criminales sin posibilidad de redención o de una persona moribunda. Solo de esas víctimas y ninguna otra.
El segundo rasgo que lo caracterizaba era un poder extrasensorial que le permitía saber si una persona podía ser una posible víctima y de qué tipo. Al pasar junto a alguien potencialmente idóneo, sentía un cosquilleo en la nuca y veía en su mente la memoria de esa persona y captaba el detalle exacto que le permitía clasificarla como criminal o agonizante, dependiendo de la imagen, que podía ser desde un asesinato para consumar un robo hasta un diagnostico médico irreversible. Todo ocurría en apenas segundos: sentir el cosquilleo, ver las memorias y decidir.

Entonces actuaba.
 Si se trataba de un moribundo, lo primero era mostrarse amable, le pedía conocer su historia café mediante, entonces, al momento de escuchar sobre la enfermedad terminal procuraba calmar a la persona, le prometía ayudarlo a librarse del dolor y el miedo. Luego la llevaba a pasear hasta encontrar una plaza céntrica, se acodaban en un banco y decía que el dolor estaba a punto de terminar. Finalmente se inclinaba como para dar un abrazo y mordía suavemente la garganta y bebía la sangre, hasta que la agonía del otro terminaba. En ese último instante lo tomaba en brazos y permanecía así hasta oír la última frase, que siempre era la misma: «Gracias». Luego aguardaba unos instantes mirando alrededor, porque siempre aparecía alguien paseando y le pedía ayuda para auxiliar a una persona que se había descompuesto, y mientras ésta era auxiliada, Demian desaparecía.
Pero si eran criminales el método que usaba era muy distinto. Luego de ver las imágenes, sabía que se trataba de personas sin posibilidad de expiación, por la crueldad y el placer que había mostrado al cometer sus delitos y soplaba suavemente y el afectado sentía un escalofrío de pavor y la inmediata sensación de que alguien lo acechaba. Esa sensación de inquietud crecía continuamente, y en lugar de de mezclarse con la multitud, el criminal buscaba alejarse hasta encontrar una calle solitaria, y solo allí se sentía a salvo. Entonces descubría un par de ojos centelleantes posados en él. Inmediatamente se veía cubierto por una sombra de muerte que le causaba un ardor de veneno desde la garganta y le recorría el cuerpo hasta el último latido y la última frase, dicha con un hilo de voz: «El demonio vino por mí.»
Dos víctimas diferentes, dos modos de actuar. Un solo ser, mitad ángel mitad demonio, libertador para uno, verdugo para otros. Y un único motivo para todo: la redención.
Demian era perfectamente consciente de lo que significaba ser un vampiro: para que él viviera otros debían sufrir y morir. La culpa de saber eso y la imposibilidad detener otras opciones lo atormentaba. Por eso buscaba hacer justicia con los criminales y llevar paz a los moribundos, rogando para que sus acciones le brindaran la redención que buscaba. Era la constante lucha de un vampiro que no quería ser un monstruo.
Ahora es medianoche. Demian está en la terraza de su casa, una catedral gótica abandonada. La brisa nocturna mueve sus cabellos suaves, largos y blancos, la luna se refleja en sus ojos intensamente oscuros que están fijos en el paisaje de la ciudad dormida. A lo lejos un grito de auxilio rompe la calma nocturna. Demian salta a la terraza del edificio cercano y sigue en dirección el sonido, moviéndose con en silenciosa y vertiginosa velocidad.
Tuvo la noche una sed antigua... que estaba a punto de saciarse.

FIN
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