Empatía


“Sufrir no, mirar la vida de otra forma. Sentir tu dolor me ayudará a curarlo.”

Eso fue lo que pensé aquel día. Y decidí adoptar esa filosofía de vida.
Verán, yo siempre fui diferente a los demás, pero llegó el día en que mis particularidades me pusieron en un gran lío. Hasta ese momento sólo mi vestuario era diferente del resto ya que me gustaba tener siempre un toque de violeta, mi color favorito. De esa forma un pañuelito o un esmalte de uñas de ese color eran suficientes para lograr el efecto. Era casi imposible que las personas permanecieran indiferentes, de hecho a veces notaba expresiones de interés y me preguntaba qué sentían al conocerme, porque algunas se detenían a charlar conmigo, aunque más no sea para preguntarme la hora.
Confesaré ahora que durante mucho tiempo sentí curiosidad por los sentimientos de la gente, especialmente por aquellos que parecían preocupados, o peor, abrumados por algún problema. Veía a esas personas tan aplastadas por sus propias emociones que yo misma sentía una especie de urgencia por ayudarlos, pero nunca me atrevía, porque no sabía con exactitud qué decir o hacer, por la sencilla razón de que, por más que lo intentara, no podía ponerme en su lugar, sentir lo mismo que ellas.
Así que durante un tiempo estuve pensando qué podía hacer. Pero nada se me ocurría, ninguna solución me parecía buena.
Hasta el día en que todo cambió… para siempre.





Ese día comenzó como cualquier otro, mientras desayunaba veía las noticias y me preguntaba cómo eran capaces los periodistas de dar noticias graves casi sin afligirse, imaginé que se trataba de mucha práctica en el dominio de sus emociones. Aún reflexionaba sobre eso cuando salí de casa para hacer un trámite. Algunos periodistas sí sienten las noticias, me dije, especialmente las tragedias familiares, o mejor aún, los milagros esperanzadores. Todo es cuestión de ponerse en la piel del otro, concluí.
Mientras imaginaba cómo llevar eso a la práctica me crucé con un muchacho de traje y bastante apurado. Nuestras miradas se cruzaron una fracción de segundo y seguimos caminando. Apenas había dado dos pasos cuando escuché un murmullo a mis espaldas. Antes de que pudiera darme vuelta empecé a sentir una gran sensación de enojo, de rabia, pensando que debía volver y arreglar todo, llegando tarde al trabajo. Aún estaba enojada cuando el muchacho de traje volvió a pasar a mi lado, mascullando sobre que debía volver, arreglarlo todo y que llegaría tarde al trabajo. Cuando él finalmente dobló la esquina sentí una inmensa sorpresa. ¿A qué se debía esa rabia tan fuerte que había experimentado? Porque realmente yo no tenía ningún motivo para enojarme en ese momento. ¿Y ese pensamiento sobre arreglar todo y llegar tarde? Si no había nada roto o descompuesto que tuviera que arreglar, al menos de forma tan urgente como hacerme regresar en ese preciso momento. Además, ni si quiera era mi horario de trabajo, iba sólo a realizar un trámite, no a trabajar así que no podía preocuparme por llegar tarde. ¿Y porque esa rabia había desaparecido tan rápido? Me conocía lo suficiente como para saber que mis rabietas no eran tan fugaces. No lo comprendía, de modo que tuve otro tema para reflexionar mientras seguía mi camino.
Menos de cinco minutos después me crucé con una señora que iba charlando con otra. Nuevamente hubo un fugaz cruce de miradas y entonces escuché que ella decía:
-Ya tengo mi primer nieto. ¡¡¡Soy abuela!!! ¿Te imaginás lo feliz que me siento?
Un segundo después empecé a sentir una gran euforia, una felicidad infinita, realmente estaba flotando en el aire. Era una alegría indescriptible. Esta descarga de dicha duró hasta que yo llegué a la esquina siguiente. Apenas crucé la calle volví a sentirme sorprendida y me volví a ver a las señoras. Seguían caminando y con una charla muy animada.
Continué caminando y logré hacer el trámite sin que nada raro me ocurriera. Antes de regresar a casa me senté en un bar a tomar un café.  Un hombre escribía en un papel de forma apresurada. Apenas había tomado yo un sorbo de café cuando el hombre levantó la cabeza y me miró directamente a los ojos. Entonces me asaltó una súbita desesperación, acompañada de una profunda angustia y una decisión fatal. Empecé a temblar y me aferré a la mesa, con la idea de calmarme. El hombre continuó escribiendo velozmente y al terminar se recostó sobre la silla exhalando un suspiro. Yo sentí una gran resignación, algo de culpa y nuevamente esa decisión fatal. Entonces, ambos, al mismo tiempo nos levantamos de la silla. Él salió y yo lo seguí. Entonces se detuvo en medio de la calle, con el semáforo deteniendo momentáneamente el tránsito. Un sentimiento de ansiedad me invadió y luego un miedo gradual, esperando que los autos arrancaran. Entonces supe que esos sentimientos no eran míos. Impulsada por una urgencia enorme salté hacia adelante, mis manos se aferraron a un trozo de tela y lo siguiente que noté era que estaba en la vereda, con el hombre que hacía unos segundos estaba frente al tránsito, esperando. Se veía tan sorprendido y asustado como yo. Cuando nos pusimos de pie, nos miramos largamente. En ese momento sentí consternación, duda, incredulidad, todo seguido, luego un gran arrepentimiento, dolor y tristeza. Finalmente gratitud, una tan inmensa que no podía expresarse más que con la mirada. Yo le sonreí al hombre, quien me devolvió la sonrisa, hizo una reverencia y se marchó. A pocos pasos sacó un manuscrito de su bolsillo y lo arrojó a un cesto de basura.
Yo regresé a mi casa. Había entendido lo que me sucedía. Tanto estaba pensado en cómo ponerme en el lugar de los demás para saber que sentían y cómo ayudarlos, que finalmente surgió una habilidad, un don y quizás también una maldición. Adquirí la capacidad de sentir los sentimientos de los demás como si fueran míos. Sentía alegría, enojo, dolor, todo como si vinieran de mi misma. Había ocurrido cuando miraba a los ojos a esas personas. ¿Sería ese el modo, mirarlos a los ojos? Entonces recordé que las dos primeras veces ocurrió al azar, con el muchacho del traje y la señora que charlaba con su amiga, pero la tercera vez, la más intensa, yo había sentido curiosidad por saber qué le ocurría al hombre que parecía tan abrumado. Quizá eso también influyera, no era sólo contacto visual sino interés en saber qué sentía el otro y deseos de ayudarlo.  Al menos esa es mi teoría, tal vez haya miles mejores pero para mí basta con ésta.
Así que desde ese día mi vida dio un vuelco total. Cada vez que me cruzaba con una persona la miraba a los ojos y, casi inmediatamente, sentía lo mismo que ella, aunque la duración de esa conexión dependía de la intensidad de los sentimientos. Algunas veces lo que sentía era alegría, otras dolor, pero siempre supe distinguir entre las emociones de los otros y las mías. Y siempre que podía dar una mano lo hacía.
Realmente es un don y un poco de maldición también. Pero no lo cambiaría por nada del mundo.
Ahora vivo sintiéndome mucho más cerca de quienes me rodean. Sabiendo que siempre podré al menos intentar ayudarlos, ya que puedo, por fin, ponerme en la piel y el corazón de ellos.
Ahora soy yo misma y todos los demás al mismo tiempo.
Soy puro sentimiento.
FIN



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Comentarios

LAO ha dicho que…
Es bueno el trato con los demás y poder encontrar la esencia en común que tenemos, además de nuestras particularidades. Muy lindo tu relato
Me gusta como escribís. Un beso.
Vaeneria ha dicho que…
Gracias, Lao. Realmente tenemos que volver al trato con los demás, tal vez lleguemos a conectarnos más de lo que creemos.
Gracias por venir.
Saludos :)
Anónimo ha dicho que…
Creo que la empatía es una habilidad que todos deberíamos ejercitar, porque nos pone en el lugar del otro para entender lo que realmente le está pasando y es la mejor manera de ayudarlo o compartir lo que sea que le pase, algo triste o muy alegre.
Que linda tu historia, a eso deberíamos apuntar todos.

un beso
Sara Ids ha dicho que…
Ola muy lindo tu escrito... la empatia es algo tan complicado de hacer pero si lo logras puedes sentir y saber como las demas personas piensan... XD

Saludos
MyM ha dicho que…
Un gusto descubrir tus sentidos relatos.
La empatìa, segùn mi modesto entender, a veces se puede manejar y a veces no. Pero lograr ponerse en el lugar del otro es siempre recomendable para la salud del alma. Tb te leì en reflexiones, me gustò mucho la de la traiciòn, te quise dejar un mensaje pero no lo admitiò.

Te dejo un cordial saludo
Vaeneria ha dicho que…
Nadasepierde: Concuerdo con vos, todos debemos practicar la empatía, nos entenderíamos mejor. Gracias por visitarme. :)

Sombra Ids: Es difícil lograr la empatía, pero vale la pena el esfuerzo. Gracias por comentar. :)

Mariela: Me gustó mucho tu idea de la empatía como algo necesario para lograr la salud del alma. Gracias por comentar acá en en blog de Reflexiones de Vaeneria, te aviso que tu comentario llegó y ya está publicado. Gracias :)

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