Hielo y brasas
Los dos luceros no brillaban con la alegría de siempre, se habían vuelto trozos de hielo, consumidos por la desconfianza. Un puñal de acero no habría causado en ella peor herida que esa hecha por él, una herida cruelmente certera e irreversible.
Sucedió esa noche. Se suponía que debía ser una velada de luces de amor danzantes, pero se transformó en una gran cascada de tinta, manchando de dolor y puñales el alma de ella.
Todo por esa extraña mariposa incandescente que acabó revelando su naturaleza de viuda negra. Ella la había visto, una sombra revoloteando en torno a él, que parecía no darse cuenta de esa presencia ineludible.
Un baile interrumpido para que él buscara dos bebidas. Un hilo dañino del destino quiso que sus dos estrellas azules se cruzaran con las dos brasas de la mariposa. El magnetismo fue invencible y él cambió la danza de la luz por el revoloteo negro de la mariposa, que a él le parecía lo más excelso del mundo. Mientras tanto, ella, cansada de esperar el retorno, con una mano misteriosa y fría oprimiéndole el corazón se dirigió a la barra de bebidas. Pero nunca llegó…
Los luceros se opacaron y rompieron su brillo en mil fragmentos cuando lo vio en la pista, moviéndose sin sentido, guiado ciegamente por la mirada abrasadora de su acompañante.
Entonces ella sintió algo quebrarse, armarse y congelarse en su interior. Él, totalmente ajeno al mundo, se movió hacia adelante y sus labios se fundieron con los de la mariposa. Al ver eso ella sintió que algo cambiaba. Los besos de él, parte ahora de su memoria ineludible, se le tornaban agrios, como si súbitamente su sabor a miel muriera y renaciera como un vaso mortal de cianuro. Sí, así se sentían ahora los besos pasados, con un toque letal de almendras amargas, que indicaban la presencia del fatal veneno. Sin poder soportarlo más sus pies la guiaron hasta él. Los luceros ahora eran hielo, un hielo que traspasaba y ardía punzantemente. Entonces la rabia, el dolor, el alma rota, la frustración, todo cayó sobre él, que sólo atinó a protegerse con sus inútiles manos. El mundo le desapareció por unos segundos y fue sustituido por un doloroso desconcierto.
Una risa cruel y burlesca lo devolvió a la realidad. Su mariposa se reía sin disimulo ni piedad, se reía de él, quien sintió humillación y aturdimiento. Pero al ver que su alma se marchaba con desgarrones en el pecho, después de haberlo agredido, sintió que caía, una horrible caída hacia el abismo. Y no pudo evitarlo… su rostro golpeó contra el hielo y sus almas, la que salía por la puerta y la que estaba en sí mismo, se separaron, partiéndose de forma tal que nunca podrían volver a formar una sola y perfecta figura.
Desde esa noche ella tiene piel de escarcha, mirada de hielo, y un gran diamante acorazado que sigue buscando repararse, mientras que él tiene pasos automáticos, mirada mortificada y un gran agujero negro que desea convertir en arma de redención.
Pero ambos lo saben, la redención ocurre luego de la muerte. Y ninguno de ellos ha vuelto a vivir desde esa noche.
FIN

Comentarios
Como siempre muy buen cuento.
Un ciber abrazo de luz.
Besos.
Alejandro: Me gustó mucho esa idea del abismo de la desolación, realmente expresa todo. Gracias por tu comentario. :)
Saludos :)