AMANECERES




Apenas amanecía. Víctor observaba la ciudad que despertaba. Siempre le había gustado ver el amanecer, con el sol colándose entre los edificios. Los días fríos una bruma cubría la ciudad llegando casi hasta el techo de las casas más bajas. Éste era uno de esos días, frío, brumoso, con un viento leve pero suficiente para que incluso un joven fuerte como Víctor se ajustara el sobretodo negro. Se encontraba parado en el bacón de su departamento, en el último piso de un edificio céntrico. La neblina le daba un aire fantasmal y misterioso a la ciudad y a él mismo. Siempre había sentido que cada amanecer era como un enigma, tal vez porque uno nunca podía saber lo que ocurriría en el nuevo día que empezaba. Y le gustaban los misterios, tenía un carácter curioso, intrigante pero muy reservado. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía sus palabras eran sensatas y contundentes, además nunca se retractaba de las decisiones que tomaba, las seguía hasta el fin y aceptaba sus consecuencias.

Víctor era tan distinto y misterioso como el mismo amanecer. Tal vez por eso aún no había conocido a ninguna chica. Seguramente sentía que sería difícil encontrar a una mujer que comprendiera y aceptara su extraña personalidad. Pero no perdía la esperanza, creía en esa frase que decía que en el mundo había alguien destinado para cada uno de nosotros. Su fe se renovaba cada amanecer, razón por la cual era una de las personas más agradecidas por el nuevo día de vida y esperanza.

Sí, Víctor era alguien distinto y fascinante. También era el hombre más ciego que yo había visto. Supongo que la neblina no estaba sólo a su alrededor, sino también en su interior. Él estaba en el último piso del edificio. Yo también. Yo sabía que él existía. El no sabía ni el color de mi cabello. Yo sabía cual era su momento favorito del día, por eso siempre me asomaba al balcón, con la esperanza de que él me mirara. Pero jamás funcionaba.

Hasta ese día.




Ambos salíamos de nuestros respectivos departamentos, cuando lo escuché quejarse a mis espaldas. Me di vuelta, lo saludé cortésmente y le pregunté qué le pasaba. Había dejado su celular adentro… y también la llave. Amable pero tímidamente le sugerí que usara mi llave, porque todos los departamentos tenían el mismo juego de llaves. Un tanto receloso aceptó y abrió la puerta.

Luego de que buscara su llave y celular me devolvió la llave, con un cortés gracias. Sentí que el trato era algo frío, forzado. Me dirigí hacia el ascensor y presioné el botón. Víctor se acercó sin decir palabra. El ascensor llegó. Un tanto incómodo me dejó pasar primero, luego se acomodó en el pequeño espacio, manteniendo la distancia. Ni del clima hablamos. Ya estábamos cerca de la planta baja, cuando sonó mi teléfono celular. Al menos creí que era el mío. Víctor y yo sacamos el teléfono celular al mismo tiempo y en ese momento cada uno miró el aparato del otro. Luego de un instante nuestros ojos se encontraron. Durante un segundo eterno nadie se movió. Luego ambos sonreímos. Ninguno dijo nada, hasta que salimos del ascensor y nos despedimos amablemente.

Desde ese día, dos personas vecinas despiertan temprano, salen sus balcones y miran el amanecer en los ojos del otro.

FIN




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